Jill aparc� el coche como siempre, a unas manzanas del almac�n. Llevaba haciendo esto durante casi dos meses ya. Cada jueves sin falta. Le hab�a costado mucho conseguir un confidente dentro de la triada. La mafia china no aceptaba a ning�n desconocido. Siempre que un agente intentaba infiltrarse, o bien le ignoraban impidi�ndole penetrar en la organizaci�n, o bien desaparec�a del mapa.
Desde que la hab�an asignado a la brigada de crimen organizado, Jill decidi� buscar otro camino. Si no iban a conseguir un infiltrado, deb�an conseguir a alguien de dentro. Muchos hab�an tildado el plan de imposible, pero ella se hab�a esforzado. Solo necesitaba buscar alguien que desease abandonar y no pudiese, o alguien arrepentido de sus actos. Cada mafia ten�a unas cuantas personas as�.
Tras revisar cientos de expedientes hab�a conseguido resultados. Una chica joven a la que usaban como contable. Su familia muri� tiempo atr�s en una guerra de bandas. La triada hab�a matado a su amante por dudas sobre su lealtad. A�n as� ella no pod�a irse. Jill hab�a necesitado meses para ablandarla hasta que al fin consigui� "unirla a la causa". Gracias a ella ya hab�an desbaratado un par de golpes importantes. Por supuesto eso hab�a asustado a la confidente, pero al final hab�a accedido a acudir como cada Jueves.
Jill camin� r�pidamente por las calles. Era una mujer hermosa aunque no explosiva. La clase de joven con el encanto de "la vecina de al lado". Ten�a el pelo casta�o oscuro, peinado con raya en medio para caer, dejando ver ambas mejillas, hasta unos cent�metros debajo de los hombros. Ten�a la piel un tanto bronceada de forma natural, y media poco menos de metro setentaicinco. Su figura era agraciada sin excesos. Talla ochentaicinco tanto de pecho como de cadera. Sus pechos, aunque de tama�o medio, eran firmes, redondos. Del tama�o justo para dar un porte elegante.
Su rostro segu�a la misma t�nica. Bella, pero con el aspecto de una mujer real, no una de esas mu�equitas del cine. Sin duda ten�a una sonrisa muy bonita. Los ojos de color miel encajaban a la perfecci�n con el resto del conjunto.
Llevaba un poco de maquillaje, nada vistoso. Pintaba los labios de color claro, para destacar propio. Despu�s de todo no pretend�a llamar la atenci�n. Estaba trabajando. Tampoco pod�a parecer una polic�a. Vest�a con pantalones vaqueros, un tanto ajustados para realzar el trasero. En la cintura un cintur�n de color marr�n acabado en una hebilla circular, grande, de color plata. La camiseta de tirantes era de color gris oscuro, sin dejar mucho escote. Dejaba a la vista parte del abdomen aunque sin llegar al ombligo. Como hac�a calor no llevaba m�s abrigo. Calzaba botas de tac�n tambi�n marrones.
No pod�a llevar la pistola o la placa a plena vista, por eso utilizaba un bolso negro al que estaba poco acostumbrada.
Lleg� al almac�n sin sobresaltos. Deb�a llevar a�os desocupado, lo cual le hab�a venido bien hasta entonces. Subi� las escaleras. Mei ten�a que esperar en el �nico despacho del edificio.
Al abrir la puerta se encontr� algo inesperado. Hab�a pocos muebles all� dentro. La mesa de un viejo escritorio, la silla que debi� pertenecer al supervisor, y un par de estanter�as vac�as excepto por a�os de polvo. Eso ya lo conoc�a, pero hab�a elementos nuevos. Varios cubos de agua apilados en una de las paredes laterales. Aunque era raro apenas se percat� de ello porque Mei estaba all�, sentada en la silla del escritorio. Ten�a la garganta abierta de oreja a oreja. Sus ojos estaban abiertos, pero ya no ve�an nada. Ten�a el vestido completamente manchado de rojo por la sangre que ya no manaba de la herida. La habitaci�n estaba demasiado limpia, deb�a haber muerto en otro lugar y luego la hab�an llevado all�. A su lado, en pie, un oriental vestido con pantalones negros y camisa azul oscuro. Ten�a frente a s� un malet�n cerrado. Al otro lado, con un traje caro, estaba Shang, el "presunto" jefe de la triada. Un hombre con algo m�s de cincuenta a�os, elegante, de mirada cruel, con unos pocos kilos de m�s. El m�s joven, por el contrario, luc�a en mucha mejor forma.
La joven detective tard� unos instantes en reaccionar. Se hab�a quedado mirando horrorizada a su antigua confidente. Siempre supo que esto pod�a ocurrir. Hab�a borrado esa posibilidad de la mente hasta el mismo instante en que vio el cad�ver. Aquella mujer hab�a muerto porque ella le hab�a prometido una v�a de escape.
De pronto se forz� a recordar. El entrenamiento y los instintos de polic�a tomaron el control. Con velocidad admirable abri� el bolso. Cuando los dos hombres quisieron darse cuenta, ya estaba enca�on�ndoles con el arma.
-�De rodillas! - grit� firmemente. - �Est�is detenidos, hijos de puta!
El desconocido ni siquiera se inmuto. Shang sonri�
-Detective Jill Argent. La m�s joven en llegar a la unidad de crimen organizado.
-�He dicho de rodillas!-
Jill no estaba para tonter�as en ese momento. Dispar�. La bala pas� a pocos cent�metros de Shang. La impresi�n hizo que el mafioso se apartase un poco, sobresaltado.
En ese instante el resto de hombres de las triadas, escondidos hasta entonces, se moviliz�. Entraron por la puerta trasera, a la carrera. El primero, un tipo �gil, entr� por la misma puerta que Jill segundos atr�s. Durante unos momentos los dos quedaron mir�ndose. La detective a�n apuntaba a Shang, pero vio el t�ser en las manos del recien llegado. Este dud�, pero al ver que la pistola apuntaba en otra direcci�n, decidi� entrar en acci�n. Se abalanz� hacia la joven tratando de derribarla. Jill se gir� r�pidamente mientras disparaba, ambas acciones en un solo movimiento. Su agresor cay� al suelo mortalmente herido. Ella volvi� a apuntar a Shang, pero ya estaban entrando m�s miembros de las triadas. Un par por la puerta tras el escritorio, otro por la misma que el anterior. Sus armas eran similares a las del anterior. Llevaban t�ser bien de mano o bien de pistola, o porras el�ctricas.
La detective comprendi�. No ten�a tiempo para negociar ni hablar. Habr�a querido disparar a Shang en ese mismo instante, entre ceja y ceja. No pod�a permitirse perder el tiempo o la bala.
Corri� hacia la puerta m�s cercana disparando un par de veces. Derrib� al que estaba delante mientras el de atr�s se tiraba al suelo asustado. La chica sali� corriendo como alma que lleva el diablo. En la escalera se encontr� con m�s sicarios. Detr�s de ella escuchaba los gritos de m�s a�n. Deb�a haber por lo menos una veintena. Dispar� ciegamente para seguir bajando. Abati� a otro m�s que al caer hizo rodar a sus compa�eros. Alguno salt� por la barandilla para evitar ser aplastado. Los que ten�a delante, ya en el piso de abajo, buscaron cobertura para evitar los siguientes disparos.
Jill sigui� corriendo directa a la puerta de entrada. Al escuchar gritos a su espalda, cada vez m�s cerca, dio la vuelta, apretando el gatillo un par de veces m�s. Sigui� corriendo, ya solo faltaban cinco o seis metros hasta la salida.
Not� algo clavarse en la espalda. Dos agujas. Uno de sus perseguidores armado con pistola t�ser se hab�a acercado lo suficiente para disparar. La corriente sacudi� todo el cuerpo de Jill que, a causa de las convulsiones, perdi� tanto el equilibrio como el arma. Cay� al suelo de rodillas. Trastabill� para levantarse y seguir corriendo. Otro perseguidor consigui� alcanzarla colocando la porra el�ctrica a la altura de los ri�ones. Jill volvi� a caer al suelo agit�ndose sin control. Extendi� la mano hacia delante. Tan solo le faltaba un par de metros para alcanzar el pomo de la puerta. Sin conseguir levantarse del todo, gate� un poco. El resto de sicarios la alcanzaron. Uno la agarr� del pie, tirando de ella para interrumpir su avance. Jill milagrosamente consigui� reaccionar lanzando una coz con la otra pierna. A pesar de la poca precisi�n, el tac�n se clav� en el hombro de quien la sujetaba. Ya era tarde. Los dem�s comenzaron a darle nuevas descargas con sus t�ser y porras el�ctricas. Al principio, a pesar de caer al suelo, a�n intent� arrastrarse cuando las convulsiones se lo permit�an. Ten�a el rostro lleno de l�grimas. Los vaqueros mostraban una mancha m�s oscura extendi�ndose por el interior de ambos muslos. Con las descargas los esf�nteres de Jill hab�an perdido todo control. Finalmente fue incapaz de realizar ning�n esfuerzo coherente. Su cuerpo se sacud�a, vibraba con fuerza. Los m�sculos ard�an por tanto esfuerzo voluntario. La detective sab�a que, a diferencia de lo visto en pel�culas, un t�ser no dejaba inconsciente a la v�ctima, simplemente resultaba tan desagradable que pocos ten�an ganas de recibir una segunda descarga. Ella se hab�a rendido a la tercera o la cuarta, pero los hombres segu�an asalt�ndola una vez tras otra.
Pararon tras lo que para la detective fue una eternidad. Dos de ellos la levantaron por las axilas. No se ten�a en pie as� que la llevaron a rastras hasta las escaleras. Dej� unas pocas manchas de orina donde hab�a estado tumbada. Apenas unas pocas gotas. Los vaqueros hab�an retenido el resto. Para subirla al despacho, otros dos la agarraron de las piernas. Jill patale� un par de ocasiones a la vez que intentaba soltarse los brazos, pero fueron movimientos err�ticos, sin fuerzas.
De nuevo frente a Shang y el otro tipo. Los dos sujet�ndola por las axilas la levantaron un poco m�s para hacerla mirar al l�der de las triadas. Un tercero la agarr� por el pelo para mantener la cabeza m�s o menos recta.
-Antes me has interrumpido, Jill.
La detective, llena de desprecio, escupi� a su interlocutor. Este sac� un pa�uelo para limpiarse el rostro. No se mostr� enfadado, tan solo sigui� hablando.
-Intentaba reconocer tus m�ritos. Por ejemplo, tu amiga Mei.
La se�al� con la mano derecha. Jill casi hab�a olvidado la muerte de la pobre chica. Nuevas l�grimas brotaron de sus ojos. Tambi�n reuni� ganas de volver a forcejear. Estaba exhausta. Fue incapaz de representar problema alguno para sus captores.
-No solo has interrumpido nuestras operaciones. Me has obligado a buscar una nueva contable. Pero eso no me duele. Deber�an darte una medalla. El problema real, sigue siendo ella.
De nuevo se�al� el cad�ver de Mei.
-Entiendo que tu puedes pensar en los a�os de vida que le has arrebatado. Yo pienso en la traici�n. Esa zorra trabajaba para m�, y me ha traicionado. Comprender�s que matarla era inevitable. Todos deben conocer el precio de la traici�n.
Jill escuchaba, pero no la iban a hacer sentir a�n m�s culpable. Sab�a de su parte de responsabilidad en esto. Tambi�n sab�a quien hab�a dado la orden de matarla. Sin importar el enfoque de aquel man�aco, era el culpable.
-Pero eso no me basta. Tambi�n tengo que mandar un mensaje. Si no lo hago, antes o despu�s alguien volver� a intentar tentar a� los m�s desgraciados entre mis filas. Alguien querr� imitarte.
Jill apenas comenzaba a entender el horror tras esas palabras cuando la tumbaron de espaldas contra la mesa. Dos m�s la agarraron de los brazos mientras otros dos sujetaban una pierna cada uno. Los esfuerzos de la joven se renovaron. Segu�a teniendo pocas fuerzas, las invert�a completamente en intentar soltarse.
El otro oriental, el que estaba junto al cad�ver de Mei, se movi� por primera vez. Mientras los dem�s sicarios sosten�an a la detective, �l abri� su malet�n. Sac� una peque�a cuchilla, poco m�s grande que una hoja de afeitar. Jill no se fij� hasta tenerlo al lado. Desde entonces no quit� los ojos de encima. Pensaba que iban a degollarla all� mismo. Por primera vez se qued� helada de miedo. El hombre, con unos cuantos cortes expertos, arranc� la camiseta de tirantes sin hacer un solo rasgu�o en la piel de Jill. El sujetador blanco sigui� despu�s. Alguno de los sicarios silb� o brome� ante la vista de los pechos ahora desnudos. Romper los vaqueros result� algo m�s complicado. La tela era m�s dura. Fue necesario hacerlos girones para desprenderlos del cuerpo. Se tom� unos segundos antes de atacar las braguitas, blancas, manchadas por los efectos de tantas descargas el�ctricas. En lugar de cortarlas decidi� arrancarlas en unos cuantos tirones. Jill tan solo ten�a una fina l�nea de vello p�bico en el monte de Venus.
Decidieron dejar las botas puestas.
Mientras tanto, Shang se hab�a quitado los pantalones y estaba acabando de colocarse un preservativo.
Cuando el tipo de la cuchilla se apart�, los dem�s aprovecharon para abrir las piernas de Jill, dejando f�cil acceso al sexo de la joven. Al darse cuenta, ella comenz� a resistirse de nuevo. Trat� de cerrar las piernas, de retorcerse, de soltar los brazos. Cualquier cosa.
Shang se coloc� entre las piernas. No la penetr� de inmediato. Antes masaje� despacio, casi con cari�o, los pechos de Jill. Ella gritaba.
-�Cerdo!
Volvi� a escupirle. Desde luego estaba lejos de sentir el m�s m�nimo placer. Pensar en ese hombre manoseando sus partes �ntimas era casi peor que las descargas. Estuvieron poco rato as�. Shang fue introduciendo el pene poco a poco. Jill negaba con la cabeza desesperadamente. Sin duda hab�a tenido amantes mejor dotados, m�s j�venes, pero la �nica lubricaci�n disponible en aquel momento consist�a en los restos de su propia orina.
Shang la viol� lentamente. Carec�a de inter�s por el bienestar de la chica. Tan solo intentaba aguantar lo m�s posible. En su posici�n pod�a tener muchas muchachas j�venes. Ninguna como Jill. Disfrut� viendo el rostro de la mujer torci�ndose a cada nueva penetraci�n. Observarla negando con la cabeza. Ver el suave balanceo de los firmes pechos de la detective. Contemplar la tensi�n en cada m�sculo mientras trataba de liberarse o expulsarle. A pesar de sus mejores esfuerzos, pronto se vio acelerando el ritmo y llenando el preservativo de semen.
Se dej� caer hacia delante. Los rostros de ambos quedaron a la par. Shang aprovech� para lamerle el cuello y el rostro aunque Jill tratase de apartarse. Ser violada la hab�a impactado, aunque no estaba en shock. Intent� quit�rselo de encima una vez m�s.
Cuando Shang se retir�, el tipo que la hab�a desnudado volvi� a acercarse. Dio un par de �rdenes en su idioma. Quienes la sujetaban maniobraron para dejarla boca abajo sobre la mesa, con el trasero asomando y las piernas colgando hasta el suelo. Sus m�sculos comenzaban a recobrar las fuerzas, as� que cost� inmovilizarla. Dos tuvieron que sujetarle los brazos mientras dos m�s empujaban los hombros contra la mesa. Escuch� al oriental escupir y despu�s sinti� sus dedos restregando saliva por la entrada del ano.
-��Qu� haces?!- ni siquiera sab�a si entend�a su idioma. -�No! �Eso no cabr�n!
Volvi� a retorcerse e intent� patalear hacia atr�s. El oriental se situ� entre ambas piernas, demasiado cerca para que las pataditas doliesen de verdad.
-Os encerrar�n a todos por esto.
Ni suplicaba ni negociaba. Eso excitaba m�s al oriental que, tras extender algo de saliva tambi�n en su pene, comenzaba a introducir el miembro por la entrada trasera de la detective.
Jill se propuso no gritar. Sacudi� la cabeza de lado a lado. Cerr� ambos pu�os con fuerza. Incluso cerraba los dedos de los pies dentro de las botas. Aguant� mientras el falo se abr�a paso a peque�os y violentos golpes. Al final fall�. Levant� la cabeza gritando de dolor. Jam�s hab�a probado el sexo anal anteriormente. Esa era una forma horrible de empezar.
-�Voy a matarte! - consigui� articular entre gritos y llantos. - �Hijo de puta, voy a matarte!
Shang se ech� a re�r. Camin� hasta la silla donde se encontraba el cad�ver de Mei. Con un gesto de la mano, uno de los sicarios agarr� la mujer muerta por el pelo para tirarla al suelo. Shang ocup� el asiento para quedar a unos pocos cent�metros de Jill.
-Este caballero es Chen. No forma parte de mi organizaci�n. Es, como vosotros lo llamar�ais, un agente libre. Ha venido junto a sus chicos desde Hong Kong. No lo ten�is fichado.
Chen sigui� a lo suyo. La conversaci�n carec�a de inter�s comparada con violar el virginal trasero de la detective. Puso ambas manos en las caderas de la mujer para empezar a bombear con fuerza. Dentro y fuera, con sacudidas r�pidas y violentas. Las nalgas se agitaban con cada nueva embestida. Chen ten�a mucho m�s br�o que su actual jefe. Al principio a �l tambi�n le dol�a un poco, pero apret� los dientes mientras el ano se iba delatando (y desgarrando).
-Tambi�n es un artista. Por eso lo he tra�do. Pero ahora no te preocupes. Ya llegar� el momento. Mientras tanto divi�rtete.
Chen acab� corri�ndose en las entra�as de su v�ctima. Acarici� con delicadeza la espalda, la espina dorsal. Luego se separ�. Jill pens� que, fuesen cuales fuesen los planes de esos bastardos, le hab�a llegado la ahora. No iba a ser tan f�cil. Uno de los sicarios sustituy� a Chen. No perdi� el tiempo antes de penetrarla vaginalmente. Cuando acab�, eyaculando tambi�n en su interior, lleg� otro m�s.
Uno tras otro fueron turn�ndose con ella. Todos ten�an sus propias preferencias. Algunos hac�an a sus compa�eros voltearla de nuevo para verle los pechos. Otros la prefer�an boca abajo. Se corr�an dentro o fuera seg�n les apeteciese. Uno de ellos se encaram� a la mesa para follarle las tetas. Quiz�s no eran demasiado grandes, pero bastaban para algo as�. Otro trat� de met�rsela en la boca. Apunto estuvo de llevarse un buen mordisco, porque Jill sigui� resisti�ndose a cada instante. El m�s raro, o impaciente, envolvi� su pene con el pelo de la mujer mientras la estaban violando. Se masturb� hasta correrse en el rostro de la detective. Ninguno de los sicarios lo encontr� extra�o, deb�an haberlo visto antes.
Cuando todos hab�an acabado, el semen se escurr�a de la vagina y el ano de Jill. Los pechos, el abdomen, las nalgas, y parte del pelo tambi�n se encontraban manchados con la sustancia. Ella ten�a la mirada perdida. Daba algunos tirones para intentar soltarse, porque a�n la sujetaban, pero ya era solo por reflejo. Apenas se dio cuenta cuando le ataron ambas manos con una cuerda que luego pasaron por las vigas del techo. As� les result� sencillo levantarla hasta dejar los pies colgando en el aire. Al sostener todo el peso en los brazos, aparte de sufrir mucho dolor en los hombros, los pechos se reafirmaban a�n m�s. Tard� antes de comenzar a patalear, como si su mente se reiniciase ante los nuevos est�mulos. Claro que patalear era cuanto pod�a hacer. Shang re posicion� la silla para quedar frente a ella otra vez. Recibi� un nuevo escupitajo que, de nuevo, se limpi� cuidadosamente con el pa�uelo.
-Como te dec�a antes, Chen es un artista.
-�Y tu eres un hijo de puta!
Shang no quer�a que le interrumpiesen ahora. Gesticulo para que uno de los sicarios se pusiese en acci�n. Este recogi� las bragas de la detective e intent� met�rselas en la boca. No lo tuvo f�cil. Se llev� un par de patadas en el est�mago. Fue necesario que otros sujetasen las piernas y uno m�s la obligase a abrir la boca. Luego necesitaron mejorar la mordaza para evitar que las escupiese, y ten�a motivos para hacerlo, a nadie le gusta saborear su propia ropa interior, mucho menos manchada de orina. Utilizaron una de las medias de Mei. As� Shang pudo continuar hablando.
-No es un artista cualquiera.
El l�der continu� como si no le hubiesen interrumpido
-Es un experto en lo que nosotros llamamos "lingchi". Una forma de ejecuci�n que empleaban nuestros emperadores.
"Ejecuci�n". Esa palabra dio fuerzas renovadas a Jill para revolverse furiosamente. Grit� a trav�s de la mordaza. Nadie entendi� sus palabras.
-Se aplicaba sobretodo para la traici�n. Muy indicada en tu caso. No nos has traicionado, pero has hecho que otra nos traicione. Es justo que seas t� quien pague, �no crees?
Evidentemente la v�ctima no estaba de acuerdo. Nadie iba a pedirle su opini�n.
-Y tienes que enviar un mensaje, �recuerdas? Pues t� eres el mensaje. Todo el mundo sabr� lo que te he hecho, pero nadie tendr� pruebas contra m�. Cuando uno de tus compa�eros pretenda venir a por m� de nuevo, se acordar� de ti.
Tras las �ltimas palabras chasque� los dedos.
Chen hab�a estado prepar�ndose sin atender demasiado a la conversaci�n. Ten�a una dura tarea por delante. Ten�a el malet�n abierto. En el interior hab�a toda una colecci�n de cuchillos bien afilados.
Jill daba patadas a quien se acercarse. Alguna llevaba tanta fuerza que solo le quedaba puesta una de las dos botas.
Chen escogi� un cuchillo alargado, grueso. Se acerc� desde atr�s y sujet� con fuerza una de las dos piernas. Con un movimiento certero, cort� los tendones de la corva. La sangre salpic� alrededor mientras la joven gritaba. Cuando Chen solt� la pierna, Jill ya no pod�a dar patadas. Pod�a mover la cadera, incluso pod�a mover los pies, pero la articulaci�n intermedia era completamente in�til. Por eso intent� defenderse a�n mejor cuando Chen agarr� la otra pierna, pero fue completamente in�til.
Chen fue a cambiar de hoja. Uno de sus sicarios, su ayudante, cogi� el primer cubo de agua. Moj� una esponja dentro y la pas� por las heridas. Jill grit� nuevamente. El agua estaba bien mezclada con sal, consiguiendo crear gran escozor, como si la estuviesen quemando, en la herida.
Chen volvi�. Jill negaba con la cabeza, parcialmente cegada con sus propias l�grimas. Temblaba aterrada como jam�s pens� ser capaz de hacerlo.
Los cortes comenzaron de nuevo. Chen eligi� expertamente lugares que no causaban heridas mortales, pero reun�an gran cantidad de nervios. Pronto las piernas estaban cubiertas de peque�as rayas rojas tanto por delante como por detr�s. Dej� el interior de los muslos para el final. Al acabar fue a cambiar de hoja nuevamente. El ayudante volvi� a "limpiar" las heridas.
Jill se maldec�a por no perder el conocimiento. El sufrimiento era atroz, inimaginable hasta hac�a solo unos minutos. Pens� que la violaci�n era lo peor que pod�a ocurrirle. En ese instante casi ni la recordaba.
La sangre se deslizaba por las piernas creando un peque�o charco debajo de ella. La bota que quedaba se estaba volviendo roja poco a poco.
Con la nueva cuchilla, Chen atac� el abdomen. Todos los cortes superficiales. Era una zona complicada. No quer�a desangrarla demasiado r�pido ni tocar por accidente ning�n �rgano. Aunque el "lingche" originalmente inclu�a amputaciones y arrancar trozos de carne poco a poco, Chen no era un purista. Le gustaba conservar el cuerpo intacto en la medida de lo posible, especialmente con j�venes hermosas como Jill.
A cada nueva cuchillada consegu�a arranchar nuevos gritos. La manten�a en el umbral de dolor justo para que la agon�a no la causase desmayarse. Cort� a lo largo de casi todo el torso, evitando los pechos, pero centr�ndose en las axilas a cambio. Parec�a incre�ble lo doloroso que resultaba cada corte en esa zona. Despu�s llegaba el agua con sal. Jill pensaba que ya no se pod�a sufrir m�s. Comenzaba a sentirse mareada por la p�rdida de sangre. Hab�a vomitado alguna vez, pero la mordaza le hab�a impedido expulsarlo correctamente, forz�ndola a volver a tragar parte para evitar ahogarse. Miraba la puerta fantaseando con refuerzos en el �ltimo momento, aunque sab�a que no llegar�an. Nadie les hab�a avisado.
La nueva arma era un bistur�. Tal vez para afinar, comenz� haciendo peque�os cortes en los pechos. En algunos puntos clav� la punta como si fuese un punz�n. Jill negaba con la cabeza, incapaz de ver la tortura sobre sus pobres pechos. El ayudante de Chen cambi� eso. La oblig� a mirar cuando, con mucha parsimonia, pas� el bistur� justo por mitad del pez�n derecho, dividi�ndolo en dos. Las sacudidas fueron tan fuertes como cuando la estaban electrocutando. Cuando remitieron las convulsiones, Chen seccion� del mismo modo el segundo pez�n. La reacci�n fue similar, y se incremento cuando el ayudante moj� las heridas con sal.
Aunque cada corte era casi insignificante por s� mismo, entre todos ya estaban consiguiendo quitarle la vida. Demasiado lento.
Chen volvi� a atacar las axilas, pero esta vez repiti� la maniobra de las corvas, cortando los ligamentos. Al cargar todo el peso sobre los brazos, Jill casi sinti� que se los estaban arrancando de cuajo, aunque siguieron all�. Despu�s hizo lo mismo entre los b�ceps y los antebrazos, inmoviliz�ndola casi por completo.
Finalmente volvi� a empu�ar el bistur�. Llev� la mano izquierda a la vagina de su v�ctima. Desde lejos parec�a estarla masturbando, pero solo hac�a un reconocimiento. Ante la mirada horrorizada de la detective, comenz� a realizar peque�as incisiones en los labios externos. Habr�a querido cortarla tambi�n por dentro, pero resultaba muy complicado. Por eso se conform� con seccionar el cl�toris como hab�a hecho con los pezones.
Jill, que cre�a no poder experimentar m�s dolor, miro hacia el techo mientras gritaba a trav�s de la mordaza como un animal mortalmente herido. Despu�s Chen se separ� dejando a su ayudante quitar la mordaza de la joven. Shang volvi� a plantarse delante mientras Chen llevaba otro cuchillo, el primero, a la garganta de la joven.
-�Duele?
Jill asinti� despacio.
-�Quieres que acabe?
Jill volvi� a asentir.
-Sabes que para acabar, tenemos que matarte, �verdad?
Jill abri� los ojos como platos. Dej� caer la cabeza unos segundos. No quer�a morir, pero no soportaba m�s el dolor. Asinti�.
-Quiero o�rtelo decir
Jill trat� de respirar hondo.
-Ha� hazlo.
Shang neg� con la cabeza.
-�Qu� haga qu�?
-M�tame.
La muchacha ya no pod�a llorar m�s.
-Por favor, m�tame.
Shang chasque� los dedos nuevamente. Jill cerr� los ojos. De pronto sinti� la cuerda soltarse y not� golpear contra el suelo. Abri� los ojos para ver como la tumbaban boca arriba.
-�Qu�?
Shang se ech� a re�r.
-Solo quer�a o�rte suplicar. Vas a morir desangrada como un animal.
-�No!, �No por favor!
Chen y su ayudante vaciaron los cubos de agua con sal sobre ella. Jill arque� la espalda mientras gritaba nuevamente. El agua no limpi� demasiado la sangre, porque segu�a manando. Tan solo ensuci� el suelo.
El resto de sicarios rodearon a la mujer, pene en mano, y comenzaron a masturbarse. Todos eyacularon sobre ella al menos una vez.
Al terminar metieron los cad�veres de sus camaradas en bolsas de pl�stico y se marcharon. Jill segu�a viva. No pod�a levantarse ni moverse. Aunque hubiese podido mover las extremidades, ya no ten�a fuerzas para hacerlo. Permaneci� all�, sola, llorando y pidiendo auxilio, hasta exhalar su �ltimo aliento.
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