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Review This Story || Author: sman2000

El solucionador

Part 1 El golpe del hotel

Hayley estaba en pie frente a la mesa del salón central, ahora vacío. Disimulaba su enfado mientras volvía a ojear la copia de la última oferta. Se esforzaba por mantener porte elegante a pesar de todo. Incluso quería dar cierto aire de superioridad. Era una mujer hermosa. Tal vez no  uno de esos bellezones que salían en revistas y películas. Su imagen era más real, más natural. Sus ojos marrón claro, grandes y bonitos. La melena castaña oscura llegaba hasta mitad de la espalda. No era completamente lisa si no que poseía algunas ondulaciones. Además, Hayley siempre tenía cuidado de ir bien peinada. En esta ocasión llevaba toda la cabellera por el lado izquierdo, dejando ver por completo la mejilla derecha, de aspecto fino, delicado, cubierta solo con un poco de maquillaje. También dejaba a la vista la oreja, adornada con un elegante pendiente en forma de aro dorado, más grueso en la parte inferior que en la superior. Sus labios eran carnosos, sensuales, maquillados de color rosa suave.

Si su rostro era agradable, su cuerpo tampoco dejaba nada que desear. De nuevo, era muy distinta a esas escuálidas modelos. Su cuerpo tenía curvas. No, no le sobraba un solo kilo, todo lo contrario. Tenía una figura saludable, voluptuosa. Tal vez le habría venido bien ser un poco más alta. Sus caderas eran gruesas. Acababan en un hermoso trasero redondeando y firme, sin excesos. Era la clásica figura de reloj de arena, o lo habría sido de ser sus pechos algo más pequeños. Eran grandes. Muchos habrían dicho que eran, de hecho, demasiado grandes. Al ser una mujer joven aún no habían cedido por completo a la fuerza de la gravedad. Unos pocos los considerarían casi vulgares. Otros los apreciarían como un magnífico tesoro de la naturaleza, dignos de ser admirados ahora, en su plenitud. Aunque la misma Hayley no acaba de estar contenta con ellos. Demasiado grandes.

La mujer se enfundaba en un ceñido traje azul que marcaba sus sensuales formas. El escote de cuello de barco, dejaba ver parte de los hombros, la clavícula, y el propio cuello de Hayley. Escondía los pechos, forzando a volar la imaginación de quien la mirase. La parte baja caía un poco por encima de las rodillas, mostrando unas piernas bonitas cubiertas por pantis negros. Los zapatos, por supuesto, iban a juego con el vestido. De color azul oscuro, con tacón de la altura justa. Conseguían que su dueña pareciese unos centímetros más alta, y sobre todo, la hacían contonear las caderas sensualmente al andar.


Generalmente Hayley se mostraba con gesto agradable, quizás un poco altivo en ocasiones, pero su sonrisa era cálida y bonita a la vez. Ahora solo mostraba media de esa sonrisa. Los labios le temblaban esporádicamente al apretarlos por la rabia. Sí, hacía su mejor esfuerzo por demostrar que controlaba la situación, así lo creía, pero el asunto comenzaba a cansarla.

Frente a ella un tipo de apariencia normal. La apariencia más normal del mundo. De haber sido las cosas distintas, alguien podría haber preguntado a la mujer por la descripción de aquel hombre y ella habría respondido poco más que, "moreno, vestido con traje negro, camisa blanca, y corbata azul". También podría haber añadido que estaba en forma y que sus ojos eran marrones, pero sobretodo fríos. Nada más.

No era este hombre, quien se había presentado como Bob, el causante de su ira. Tan solo era el mensajero. Aquel problema tenía otro monde. Rick Maretti.


Hayley había heredado el hotel de su padre, fallecido años atrás. Al principio le había costado llevarlo todo. Era tan joven cuando se vio dirigiéndolo… Sin embargo no se había hundido. Había tomado las riendas. Había aceptado el consejo de sus empleados, había trabajado hasta el agotamiento, y hace un par de años había conseguido volver a hacerlo rentable. Tenía mucho a su favor. Un emplazamiento perfecto casi en el centro de la ciudad, unas instalaciones no muy grandes pero sí confortables y elegantes. Una clientela fiel. Críticas positivas en guías y páginas web. Hombres que volvían solo por tener la ocasión de verla de nuevo y fantasear con ella una vez más. Aún así su esfuerzo había sido el factor más determinante.

Hacía un par de meses había llegado Maretti. Había comprado los edificios de un par de manzanas a la redonda. Quería construir uno de esos mega centros comerciales. El Hotel de Hayley estaba justo en mitad del supuesto proyecto. La oferta había sido generosa, muy generosa. Ella simplemente no quería vender. Ya tenía dinero y el hotel lo era todo en su vida. El único recuerdo de sus padres.

Rechazar la oferta fue sencillo. Los siguientes meses no tanto. Primero aumentó la delincuencia en el vecindario. Hayley reaccionó contratando seguridad privada y elevando un par de cartas al ayuntamiento, después de enviar una copia a los periódicos, claro. Siguieron un par de robos, nada serio. No habían funcionado. La última jugarreta había sido un soborno al inspector de sanidad. Por eso estaba cerrado el hotel. Acababa de exterminar unas ratas que en realidad nunca estuvieron allí. Otro inspector llegaría al día siguiente para certificar que todo estaba correcto.

A pesar de cada triunfo, empezaba a estar más que harta.


Bob era el último enviado de Maretti. Había algo distinto en él, algo que no gustaba a Hayley. Claro estaba que lo habían enviado por resultar más amenazante, y lo habían hecho sin previo aviso. Se había presentado allí hacía una hora, cuando ella revisaba los últimos detalles antes de la reapertura. Le había dejado pasar con dos intenciones. En primer lugar, tratar de hacerle comprender que no iba a vender. Incluso si se arruinaba y debía cerrar el hotel, no vendería el terreno. Toda la campaña en su contra era inútil. La segunda era demostrar que no podían asustarla. A ella no.

Tampoco podían comprarla. La oferta era estratosférica para el valor real del terreno. Aceptando ya no necesitaría trabajar nunca más. Daba igual. Era cuestión de convicciones. Tras unos segundos pensando volvió a esbozar una bonita sonrisa cargada de seguridad, con algo de arrogancia.


-Bob… - esperó por si el hombre completaba el nombre con un apellido.

-Bob está bien - respondió él secamente.

-Bob. No voy a vender. Este hotel es mi vida. Es mío. No voy a desprenderme de él. Espero haberlo dejado claro de una vez.

Él ni se inmutó. Su actitud molestaba a Hayley. Era como mirar una foto, siempre el mismo rostro impasible.

-Mi cliente cree que realmente debería reconsiderar la oferta. Este barrio es peligroso.

Hayley sintió una nueva oleada de ira. Aquel tipo iba a su hotel, su hogar, armado únicamente con una carpeta llena de documentos y un maletín aún cerrado. No conforme con insistir, la amenazaba. Cerró las manos, de dedos delgados, formando pequeños puños que ocultaban la cara manicura y el esmalte rojo. Controló la ira. Ese hombre debía pretender hacerla enfadar. No quería darle ese placer. Recuperó la sonrisa por enésima vez.

-He vivido aquí desde siempre. Sabré arreglármelas, gracias.

-Mi cliente también me ha pedido que la advierta. Esta es la última oferta. Por eso voy a repetirla una vez más. Si ahora me dice que no, ya no habrá marcha atrás. No habrá más ofertas ni oportunidades. ¿No va a reconsiderar la oferta?

-Me alegra que por fin sea la última vez. - Respondió entre aliviada y enfadada. - La respuesta es no.

Volvió a sonreír, victoriosa. No habían podido con ella. Maretti iba a recibir una lección de humildad. Dio la vuelta para regresar a su despacho a realizar una última revisión antes de ir a casa a dormir.

-Espero que sepa encontrar la salida.

-En realidad, aún no me voy.


Hayley se detuvo, nuevamente enfada. Giró para volver a dar la cara a aquel pesado. Al hacerlo lo encontró a poco menos de un metro de distancia.

-¿Qué?

Bob lanzó una patada baja, lo que un luchador llamaría "low kick" contra la pierna de Hayley, impactando en plena corva izquierda. Mientras emitía un pequeño chillido de dolor, su pierna cedía, doblándose y estando apunto de hacerla caer al suelo.

Bob no esperó. Su víctima no era una oponente en ningún sentido de la palabra, pero él siempre se comportaba como si realmente pudiesen o supiesen defenderse. Un profesional no acepta márgenes de error. Lanzó un gancho que golpeó a la mujer en la mejilla izquierda, causando una pequeña herida en el rostro y haciéndola sangrar por la boca al morderse el labio. Agarró entonces con ambas manos la cabeza, tirando hacia abajo para ganar fuerza al conectar un rodillazo en el estómago. Hayley, aturdida y sin poder cargar peso en la pierna izquierda, cayó hacia atrás, volcando y rompiendo una mesa al chocarse con ella.

Aturdida, moviendo la cabeza de lado a lado sin ser del todo consciente de los últimos acontecimientos, no lo notó cuando Bob la agarró de ambas piernas y tiró hacia sí para quitarla de los restos de la mesa. Empezó a patalear un poco cuando notó que alguien le separaba las piernas. Más por reflejo que por intención, lanzó un par de golpes con las manos. Bob reaccionó desviando fácilmente los fútiles ataques. Agarró la cabeza de ella con ambas manos, y golpeó el cráneo contra el suelo un par de veces. No la dejó inconsciente, solo demasiado aturdida.


Una vez arrebatada toda lucha de la pobre Hayley, Bob le separó las piernas y se arrodilló entre ellas. Subió el vestido rasgándolo un poco por el tirón. No se molestó en bajarle los pantis, los rajó a tirones por la zona genital. Se encontró con unas bonitas bragas de encaje, también negras, que pronto rompió cómo había hecho con los pantis. Tenía delante una vagina preciosa, de labios rosados, prietos, con solo un poco de pelo justo por encima. No esperaba menos de una mujer tan cuidadosa.

Abrió la cremallera de los pantalones y, tras solo unos segundos, asomaba una enorme erección. Seguramente era la más grande que ella hubiese visto en persona, pero aún no era consciente de su entorno. Solo reaccionó cuando el pene invasor la penetró de golpe, sin lubricación alguna. Un gemido de dolor escapó de los labios de la joven. Comenzó a mover la cabeza de un lado a otro mientras repetía "no". Todo su cuerpo se agitaba mientras las primeras lágrimas comenzaban a recorrer las mejillas directamente hacia el suelo. Aún mareada, le costó poner las manos en el pecho de su agresor, tratando de quitárselo de encima. No habría tenido fuerza suficiente encontrándose centrada y en plena forma. Tras ser vapuleada y sin ver nítidamente, fue un esfuerzo completamente inútil. Bob respondió agarrando ambas manos con la zurda para ubicarlas sobre la cabeza de la joven. Durante unos instantes, Bob siguió poseyéndola así, disfrutando del espectáculo de los pechos botando bajo el cada vez más desaliñado vestido azul. Agarró el escote con la diestra.

-No… - gritó ella, cada vez más centrada. - ¡Noooo!

Bob tiró con fuerza. El sonido de tela rompiéndose inundó el salón por unos instantes. Los grandes pechos de Hayley solo estaban cubiertos ahora por un sujetador, también de encaje negro, sin tirantes. Los dejó así por ahora.

Hayley casi había vuelto en sí del todo. Volvió a gritar. Bob le tapó la boca con la mano derecha. No es que los gritos supusiesen un problema, nadie la oiría fuera del hotel, pero su experiencia le decía que así sus víctimas se sentían más indefensas. Eso le gustaba. La mirada de terror de Hayley fue suficiente recompensa.

Las embestidas aceleraron, indicando la inminente eyaculación. Bob se dejó ir, llenando la vagina de la chica. No le importaban mucho las pruebas. No estaba fichado, no había muestras con las que comparar, ni ADN ni huellas. Solo un montón de casos sin resolver, todos catalogados como "agresor desconocido". Ahora añadirían un nuevo nombre al expediente. En realidad venía bien, con víctimas tan dispares nunca pensarían en un profesional.


Una vez quedó libre, Hayley se encogió sobre sí misma, en posición fetal sobre el costado derecho.. La rodilla le dolía muchísimo, al igual que la espalda, la mejilla, y la cabeza. Se sentía sucia y humillada. Intentó recomponer el vestido con la mano izquierda mientras, instintivamente, llevó la derecha a la zona genital que le dolía y escocía a partes iguales. Solo tenía fuerzas para llorar. Y lloró, perdiendo la noción del tiempo.

Bob volvió a acercarse. Ella lo escuchó. No se atrevió a mirarle.

-¡Firmaré! - dijo entre sollozos - lo que quieras.

Bob sonrió. Este era de sus momentos preferidos en cada trabajo. No servía cualquiera. Solo lo disfrutaba cuando se trataba de esta clase de mujer. Fuerte, guapa, con personalidad. Una que realmente tuviese algo antes de quebrarla.

La agarró por el pelo. Prácticamente la levanto en peso mientras Hayley seguía llorando y gritando.

-¡No!, ¡Para!, ¡Voy a firmar!.

Sin hacer caso, Bob agarró lo que quedaba de vestido y empezó a tirar. Hayley tenía problemas para mantenerse en pie. La pierna izquierda aún no respondía bien y ella seguía algo mareada. Aún así trató de agarrar la tela mientras su agresor la arrancaba de varios tirones. Tembló, se agitó, y resistió cuanto pudo cuando él arranco el sujetador. Los pechos quedaron por fin al aire. Notó frió en los pezones, redondos, casi de color caramelo. Por supuesto no estaban erectos, ni lo iban a estar. .

Mientras seguía sosteniéndola por el pelo con la mano izquierda, Bob comenzó a jugar con las tetas. Allí no había sitio para la delicadeza. Los apretó, los estrujó, los lamió, los retorció, e incluso mordió con fuerza dejando la marca de los dientes. Los gritos no cesaron en ningún momento. Al final la soltó para ver su obra.


Hayley se sostuvo en pie con dificultad. Intentó tapar los pechos con el brazo derecho, labor harto complicada, mientras cubría su sexo con la mano izquierda. Estaba en pie vestida únicamente con unos pantis desgarrados y los zapatos, llorando mientras pugnaba por no volver a caer al suelo.

Bob volvió a acercarse y agarrarla por el pelo. La conducía hacia la pared de la izquierda, adornada con un gran espejo que la recorría por completo.

-¡Basta! - gritaba ella entre sollozos. - ¡Ya basta!

No hubo respuesta. La hizo inclinarse hacia delante cerca de uno de los cómodos sofás del salón. Hayley apoyó los brazos rápidamente para no caer, quedando frente al espejo. Pudo ver sus enormes pechos colgando. Contempló a Bob agarrando el pene, listo para penetrarla de nuevo, desde atrás en esta ocasión. Ella cerró los ojos e hizo el firme propósito de no gritar más. Estuvo a punto de fallar casi al instante, pero no fue así. Apretó los dientes, cerró los ojos con fuerza, y tan solo se le escaparon algunos gemidos de dolor cuando la penetración era especialmente fuerte.

Bob miraba el espejo. Estaba mesmerizado. Al principio también había dudado sobre si aquellas tetas no eran un poco demasiado grandes. Al verlas balancearse sin control, chocando una con otra, sufriendo ondulaciones al agitarse, salió de dudas. Tal vez no era su tipo de mujer ideal, pero desde luego representaba un auténtico espectáculo.

Hayley probó a agarrar los brazos del sofá para paliar el dolor. No sirvió. Apretaba cualquier cosa al alcance de sus manos. Buscaba a tientas algo a lo que aferrarse. Nada servía. Le pareció permanecer así, montada como un animal, durante horas. Al final, por segunda vez en la noche, notó el semen de aquel desalmado llenándola.


Cuando acabó la soltó, dejándola caer sobre el sofá. El torso quedó sobre el asiento mientras las piernas colgaban hacia el suelo, apoyándose con las rodillas en él. No le quedaban fuerzas ni voluntad para intentar levantarse. Aún así giró la cabeza cuando escuchó pasos a su espalda. Vio al violador agarrando la pata de la mesa que habían roto durante la "pelea". Sintió más pánico del que jamás había creído posible. Trató de ponerse en pie apoyándose en las manos, pero recibió un fuerte golpe en el hígado. El dolor casi la paralizaba, aunque consiguió incorporarse e incluso dar la vuelta. Sin tiempo para más, fue incapaz de protegerse ante un segundo golpe con la punta de la pata, a modo de estocada, directamente contra el estómago. Volvió a caer al sofá, esta vez boca arriba.

-¡No! , ¡No!, ¡No!, ¡No! - Trató de gritar, aunque el golpe la había dejado con poco aire. - Te lo suplico - hablaba entre sollozos. - Firmaré. Haré lo que quieras. Yo… yo… - además de llorar, se sonrojó de vergüenza ante su propia oferta antes si quiera de realizarla - dejaré que me… me…

-Folles - la interrumpió Bob, aún armado con la pata de la mesa. - Dilo.

-Dejaré que… - cerró los ojos. Se hizo a la idea. Podía soportar la humillación. - Dejaré que me folles. - las palabras salieron de la boca con asco, con la derrota marcada en el timbre de voz. - cómo tu quieras.

Bob sonrió. Sintió otra erección de camino. La había quebrado totalmente.

-Te dije - continuó a regañadientes, lamentando no tomarla otra vez - que si te negabas no habría marcha atrás. - Alzó la pata de nuevo.

-¡No!, ¡Por fav…!,  ¡Ahhh!

Hayley gritó de dolor cuando un nuevo golpe interrumpió sus palabras. El impacto le rompió la clavícula derecha, clavando el hueso contra los músculos. La agresión ya no paró. Hayley intentó defenderse poniendo los brazos y las piernas delante. Escuchó claramente el chasquido cuando los huesos del antebrazo izquierdo se rompieron. Sintió la rodilla "buena" salirse de su sitio. Pronto ya no podía protegerse de ningún modo. Eso no detuvo la paliza. El estómago, los riñones, de nuevo el hígado. Los enormes pechos se convirtieron en el blanco estrella. Eran fáciles de alcanzar y los gritos de dolor alcanzaban cotas exquisitas para Bob. El esternón, además de algunas costillas y la cadera, también se quebraron. El agresor quedó agotado de tantos golpes, deteniéndose para recuperar el aliento.


Hayley era un desastre. Una burla de la mujer joven y hermosa que había sido hace tan solo unas horas. Estaba llena de moratones, de cortes, de arañazos. Tenía varias hemorragias internas, órganos reventados. Una costilla se había clavado en el pulmón, haciéndola toser sangre además de provocar un sufrimiento horrible cada vez que respiraba. Sentía tanto dolor que era incapaz de controlar una serie de continuos espasmos. Se había meado encima, manchando los caros pantis que lucía en las piernas. Tenía varios hilillos de sangre que descendían desde boca y nariz tanto hacia el cuello y el pecho como hacia los lados de la cabeza, manchándole el pelo con una mezcla de sangre y saliva. No lo sabía, o no lo podía aceptar, pero ya no tenía salvación posible. Tan solo el rostro había quedado a salvo del brutal asalto, dañado únicamente por el gancho con el que la había atacado al principio, antes de la primera violación. Ahora todo aquel horror le parecía insignificante en comparación.

-A… ayuda. - Intentó alzar el brazo en un gesto de súplica, pero este se torcía innaturalmente un poco por encima de la muñeca. - M… me… médico.

Bob sonrió. Estaba claro que Hayley se aferraba la vida. No pudo evitar comprobar hasta qué punto. Subió al sofá, arrodillándose junto a ella. Acercó el pene a los labios de su víctima. No necesitó más. Hayley, con el dolor y el miedo forzándola a superar la humillación del momento, abrió la boca. Acarició el glande con la lengua sin mucha maestría. Jamás le había gustado dar sexo oral. Empezó a mover el cuello para bombear con la cabeza. La clavícula rota le mataba al hacerlo. Nuevas lágrimas de dolor empañaron su hermoso rostro. Bob, algo decepcionado con el ritmo, aunque satisfecho con el esfuerzo, agarró la cabeza con ambas manos para empezar a masturbarse usando la boca de la pobre mujer como juguete sexual. Además él movía las caderas adelante y atrás. Desde luego no fue la mejor mamada de la historia, no a nivel de ejecución, pero Bob estaba tan excitado que notó en seguida la tercera corrida de la noche. Le sacó el miembro de la boca, manteniendo la cabeza levantada con la mano izquierda, mientras se acababa de masturbar con la derecha. Eyaculo por todo el rostro, salpicando también la melena castaña que luego utilizó para limpiarse. Las manchas de sangre se mezclaban en algunos puntos con las de semen, creando una mezcla rosácea que a Hayley le pareció muy mal oliente.

-No puedo creerlo- Dijo Bob mientras se reponía. - Te mato y, además de la paga que me van a dar, cómo agradecimiento vas y me la chupas. - Sonrió - Nunca hubiese dicho al verte que eras tan puta.

Hayley abrió los ojos como platos, prácticamente el único movimiento del que era capaz, e intentó rogar otra vez. Bob agarró la pata y la golpeó con fuerza en la frente. Tal fue el golpe que la madera se partió en dos. Usó lo que quedaba para seguir golpeando la cabeza, de frente y por los lados. Cuando acabó, había destrozado por completo un ojo, roto la nariz, y arrancado algunos dientes. Nada de eso era lo peor. Había destrozado la parte superior del cráneo, llenando de sangre el pelo además del sofá. En realidad había salpicado bastante por los alrededores. Además, podían verse trozos de hueso e incluso un poco de materia gris. Claro que de gris tenía solo el nombre, estaba tan enrojecida como todo lo demás. Bob se preguntó quién encontraría el cadáver. Tendría que leer los periódicos del día siguiente.


Había terminado el trabajo. En unos días Maretti enviaría a uno de sus sicarios a pagarle. Habría una investigación en la que Maretti sería el primer sospechoso, claro, pero no encontrarían nada. El dinero saldría de los negocios sucios de su cliente. Efectivo, imposible de trazar. Las características del crimen encajarían con las de muchos otros a lo largo del país. De hecho Bob, estaba seguro, debía ser considerado un simple asesino en serie. El término podía ser correcto, pues era un sociópata, pero había encontrado una forma de encauzar ese pequeño problemilla. Solucionar problemas. Miró su última obra. No sintió ningún remordimiento a pesar del estado en que había dejado a Hayley. Era  incapaz de tales sentimientos, y la lógica le decía que, después de todo, le había dado la oportunidad de salvarse. Por eso le llamaban en el mundillo "solucionador" en lugar de asesino a sueldo. Simplemente solucionaba problemas, solo que muchas veces lo hacía asesinando. Tenía el trabajo de sus sueños.

Era el momento de largarse. Consigo llevaba la satisfacción de un trabajo bien hecho.



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