Previous Chapter Back to Content & Review of this story Next Chapter Display the whole story in new window (text only) Previous Story Back to List of Newest Stories Next Story Back to BDSM Library Home

Review This Story || Author: sman2000

Lauryn tras la pista

Part 3

UNOS DÍAS ATRÁS




Las tres jóvenes estaban en mitad del jardín, arrodilladas una junto a otra. Sus agresores habían acabado de preparar las cámaras. Las rodearon. Durante unos segundos que se hicieron eternos para las chicas, ninguno dijo nada. Mientras tanto Alex sollozaba aún dolorida por los golpes. Kate, la única cuyas manos no habían atado, trataba de consolar a su amiga abrazándola y susurrando palabras tranquilizadoras al oído. Apenas conseguía disimular su propio miedo.


Jaimie, con la voz ronca tras casi ser estrangulada, protestaba y exigía que las soltasen en aquel mismo instante. Los agresores seguían guardando silencio. Dejaban a las cámaras capturar el momento. Hasta entonces ellos se habían limitado a mirar sonrientes, pero sus erecciones ya habían alcanzado niveles considerables. Decir que cualquiera de ellos estaba bien dotado habría sido un eufemismo. Ninguna de las tres había visto jamás penes de semejante tamaño. Quizás en alguna película, en persona desde luego no.


-Cabrones - trataba de gritar Jaimie. - Si nos ponéis las manos encima mi padre os va a…


No llegó a acabar la frase. El más cercano le propinó un bofetón que la hizo caer al suelo de espaldas. Un fino hilillo de sangre comenzó a deslizarse por la mejilla izquierda.


-Esta tiene la boca sucia - comentó quien la había golpeado. - Voy a tener que lavársela.


Los demás rieron. El agarró a Jaimie de su negra melena, poniéndola en pie mientras ella gritaba de dolor. Era el mismo hombre que casi la había estrangulado antes. Todavía sosteniéndola por la melena, la separó forzándola a caminar para evitar aún más dolor. Llegaron hasta al lado del jacuzzi. Allí la soltó y Jaimie no pudo evitar caer de nuevo al suelo, volviendo a quedar de rodillas.


-Abre la boca


El hombre acercó su falo al rostro de Jaimie. Ella intentó apartarse, echar la cabeza primero hacia atrás y luego hacia los lados. El acabó sujetándole la cabeza, de nuevo por la melena, para volver a acercar su miembro. Esta vez se encontró con la oposición de unos labios bien cerrados. Intentó metérsela en la boca unas cuantas veces, consiguiendo únicamente restregarla por las mejillas, la barbilla, e incluso alrededor de los ojos. Por el momento le resultaba divertido. La mirada de odio de Jaimie indicaba que a ella no.




-Quítale la camiseta a tu amiga.


Kate se sobresaltó al escuchar la orden. Se quedó parada sin saber qué hacer. Alex ya parecía aterrada, era incapaz de hacerla sufrir más. Ya no veía a Jaimie, solo sabía que estaba a sus espaldas, quizás cerca del Jacuzzi, pero había visto cómo la golpeaban al desobedecer. Tembló tan solo con pensarlo. Uno de los hombres se acercaba a ellas.


-No - pensó Kate. - No le haré eso.


Cerró los ojos esperando el primer golpe. Sonó fuerte. No sintió ningún dolor. Cuando abrió los ojos se echó deseó haber hecho caso. La patada al estómago se la había llevado Alex, que estaba tendida en el suelo. Dos de los hombres estaban al lado de su amiga, uno en cada costado. Golpeaban con fuerza medida los riñones, el hígado, y pisoteaban el estómago.


-¡No!, ¡AHHHH!, ¡Kate!, ¡Kaate!


Kate observaba horrorizada e impotente. Suplicó que se detuviesen sin recibir respuesta. Al final pararon por iniciativa propia. Tan solo habían sido unos segundos de castigo.


-Quítale la camiseta a tu amiga.


Kate no dudó esta vez. Se acercó a su amiga de inmediato. Sin levantarla del suelo, Alex se quejaba con cada movimiento, comenzó a subirle la camisa hasta los pechos. Allí dudó un segundo. Siguió poco a poco, revelando los senos de la joven cubiertos por un sujetador negro. Como Alex tenía las manos atadas a la espalda, Kate no pudo quitarle la camisa completamente. La dejó en las muñecas.


-Sácale las tetas del sujetador.


Kate miró a los ojos a quien parecía el líder. Iba a suplicarle. No se atrevió. Bajó las copas del sujetador hasta dejar los pechos al aire. Alex siempre había tenido la piel algo pálida, pero sus pechos estaban casi blancos, destacando tan solo los dos pezones rosados. La chica temblaba de miedo.


-Los pantalones y las Bragas.


Kate no quiso obedecer. Pensó en interponerse entre aquellos animales y su amiga. Sabía que no podría protegerla. Aguantaría un golpe como mucho.


-Kate… tengo miedo - Al final Alex había conseguido volver a hablar. - Haz… haz lo que digan. No dejes que me peguen otra vez. - Y repitió entre lloros. - Duele. No dejes que me peguen.


Kate, dubitativa, desabrochó botón y cremallera. Alex ayudó un poco levantando las caderas del suelo. Kate tiró hasta sacar primero el pantalón. Luego repitió el proceso con las braguitas también negras. Así Alex quedó desnuda, mostrando su virginal vagina a esos indeseables. Solo se depilaba el pelo que sobresaldría de las bragas, dejando el resto del vello púbico, de color castaño, al descubierto. A pesar de los hematomas, el cuerpo desnudo de Alex era una visión muy apetecible para cualquier espectador.


Uno de los hombres se acercó, separó las piernas bruscamente, y comenzó a tumbarse sobre ella. Kate ya sabía lo que iba a ocurrir.


-Alex. Te va a doler un poco. No le mires. Mírame a mí, ¿vale?, mírame a mí


Alex asentía cuando el violador la penetró de un solo golpe. Ella gritó con fuerza. Abrió los ojos como platos, llenos de lágrimas, y negó con la cabeza. El bruto no le dio ningún respiro. Comenzó a bombear con fuerza provocando nuevos gritos cada vez. No intentaba dar ningún placer a su víctima. Más bien parecía disfrutar cuando ella gritaba. Los pechos de Alex se balanceaban rápidamente hasta que la mano derecha del hombre comenzó a manosearlos. Entre los muslos escurrían las primeras gotas de sangre.


Kate intentó volver a consolarla. Los demás hombres la agarraron, haciéndola separarse un poco de su amiga.


-No, tú no te vas a quedar mirando.




Jaimie seguía resistiéndose a la agresión. El agresor, que se había divertido al principio, comenzaba a cansarse. Agarró la parte superior del bikini para arrancarla a continuación de un fuerte tirón. Jaimie soltó un pequeño grito al sentir los pequeños  arañazos que la prenda le había hecho en la espalda al rasgarse. Sus pechos, no demasiado grandes pero sí firmes y bonitos, se mostraron en todo su esplendor ante el indeseable que la estaba atacando.


-¡Cerdo!, ¿Esta es la única forma que tienes de conseguir una mujer?


El hombre no perdió tiempo ni se paró a escuchar. Enrolló la prenda en el cuello de su propietaria. Cuando Jaimie se quiso dar cuenta, maniatada como estaba, no pudo hacer nada. El hombre tiró de ambos extremos, cortando la respiración por segunda vez. Jaimie abrió los ojos mientras sacudía la cabeza. No conseguía meter aire en los pulmones. De forma natural e involuntaria, abrió la boca. La lengua comenzaba a asomar.


-Si muerdes o intentas algo, no volveré a aflojar.


Con esas palabras, el hombre metió su miembro en la pequeña boca de Jaimie. Volvió a agarrar la cabeza de su forzosa amante, soltando los extremos del bikini. Comenzó a mover las caderas, ya que ella no iba a hacer nada, poco a poco al principio para ir ganando velocidad después. Miró al rostro de la joven. Esperaba encontrarla lloriqueando desconsolada. Desde luego vio algunas rabias, pero también volvió a encontrar el odio en los ojos color miel de Jaimie. Eso le excitó aún más.




Kate ya se había desnudado por orden de sus captores. Cuando pensaba en protestar, cuando dudaba, el líder siempre amenazaba con castigar más a Alex y a Jaimie. Seguía sin ver a su amiga morena. Alex estaba a su lado, ahora de medio lado con una pierna en el hombro de su violador. Tenía los ojos cerrados con fuerza mientras seguía gritando, llorando, y pidiendo que las dejasen en paz.


Los demás hombres se concentraban en Kate. Tenían ante sí a un auténtico bellezón. Les gustaba el pequeño triángulo invertido de vello púbico, rubio oscuro como era de esperar. Les gustaban los ojos verdes azulados, ahora empañados de lágrimas. Los labios carnosos. La piel ligeramente bronceada. El culo, tal vez poco carnoso aunque bien redondeado. Les gustaban muchas cosas, pero sobretodo, sus pechos perfectos. Grandes sin parecer vulgares. Redondeados y firmes. Un poco más blancos que el resto de la piel. Pezones entre rosados y rojizos, con las aureolas del tamaño justo, ni grandes ni pequeñas. Habrían despertado los más bajos instintos de cualquier hombre. Para su desgracia, estos hombres ya eran bastante crueles sin ser "incitados".


Uno de ellos se tumbó de espaldas en el suelo.


-Móntale.


Kate miró al líder, asqueada. Había aceptado que también iban a violarla, pero hacerlo ella misma era demasiado. No se movió.


-Como quieras. Imagino que prefieres vernos arrancarle los ojos a tu amiga.


Alex no les escuchó. Era incapaz de prestar atención a nada más que su propia violación. Kate miró a su amiga. No tenía elección. Se arrodilló con una pierna a cada costado del hombre cuya erección ya la estaba esperando. Usó su delicada mano para guiar el glande hacia la entrada de la vagina mientras descendía poco a poco. A pesar de ir despacio no había lubricado nada. Sentía dolor a cada milímetro que descendía.


El hombre tumbado en el suelo la agarró por las caderas, tiró hacia abajo con fuerza, e hizo que su miembro entrase hasta los testículos en una sola vez.


Kate abrió la boca gritando en silencio. Parecía un pez boqueando fuera del agua. Se abrazó a sí misma, reafirmando aún más sus pechos de forma totalmente inconsciente. Era incapaz de comenzar a moverse incluso sabiendo que eso era lo que esperaban. Notó la mano del líder entre los omoplatos. Este la empujó con fuerza hacia delante, haciendo que el torso y sus espectaculares pechos cayesen sobre el tronco del que estaba tumbado en el suelo. Comprendió demasiado tarde.


El líder llevó el pene hasta la entrada del ano.


-¡No!, ¡Por ahí no!¡Nooo… AHHHHHHHH!


Su chillido habría helado la sangre del más valiente. Jamás había practicado el sexo anal, y mucho menos una doble penetración. Sentía el interior del cuerpo desgarrarse. Era como tener un puñal entrando y saliendo de su zona más íntima. Lloró y gritó. Tan solo pudo aliviarse buscando algo que apretar con fuerza. El césped, los hombros de su primer violador. Cualquier cosa le habría servido.


El tercer hombre la agarró por la mandíbula, forzándola a levantar la cabeza. Con semejantes gritos no necesitó abrirle la boca. Simplemente metió el falo en la boca, obligándola a proporcionarle sexo oral.


Kate deseó desmayarse, despertar tumbada en el jardín junto a Alex y Jaimie. Reírse comentando la extraña pesadilla que acababa de tener. No tuvo tanta suerte.




Jaimie notó el ritmo cada vez más rápido de aquel cerdo. Se había planteado  poner un poco de su parte para hacerle acabar más rápido. No llegó a hacerlo. Se negaba a ceder un ápice. Solo lamentaba no tener más valor para arrancarle el pene de un bocado. Temía las consecuencias. Al final llegó la eyaculación. El semen comenzó a escaparse por la comisura de los labios. El hombre la sujetaba con fuerza, pretendía obligarla a tragárselo. Ella aguantó. Se llenó la boca, dejó que se escapase cuanto pudo entre los labios. Estuvo cerca de atragantarse. Al final la soltó.


Jaimie se inclinó hacia delante. Abrió la boca para dejar caer esa porquería.


-Zorra, tienes que tragártelo.


No aguantó más. Levantó el rostro y escupió el resto a su violador. Se asustó después. Esperaba algún golpe o algún castigo. No llegó nada de eso. Vio entonces lo que hacían con sus dos amigas.


-Cabrones - le espetó entre lágrimas. - ¿Por qué les hacéis esto? Alex era virgen, cabrón, ¡era virgen!-




El hombre sonrió. Nada había asustado tanto a Jaimie hasta ese momento. Volvió a levantarla por el pelo. La hizo caminar hasta el Jacuzzi, pegándola a este. No estaba encendido aunque sí lleno de agua. A pesar de los forcejeos la reclinó encima como si se tratase de una mesa. Los pies apenas tocaban el suelo con la punta de los dedos. Sujetaba la cabeza de Jaimie, una vez más por el pelo, para que no se hundiese en el agua. Apartó la parte inferior del bikini hacia un lado, mostrando su preciosa vagina perfectamente depilada.


Jaimie sabía lo que venía ahora. No era una sorpresa. La erección no había desaparecido tras correrse en su boca. Debían haber tomado pastillas antes de empezar. Evitó temblar o suplicar. Sí, iban a violarla. Decidió seguir tan altiva como siempre. Intentó mantener la dignidad. No consiguió contener unas pocas lágrimas, pero sí aguantó el impulso de gritar cuando sintió el miembro invasor entrando en su vagina. Tan solo un pequeño gemido lastimero.




Cada embestida la movía un poco hacia delante, clavándole el borde del jacuzzi en la parte baja del vientre o en los muslos. La melena caía a ambos lados de la cabeza, flotando en el agua como si formase un pequeño halo negro. Los pezones también se sumergían un poco, causando pequeñas olas en la superficie. Apretaba los dientes en un gesto de dolor desesperado. Sus ojos mostraban cada vez menos odio y más angustia. No quiso imaginarse cómo se sentirían sus amigas. Debían estar sufriendo aún más. Deseó estar cerca para poder tranquilizarlas. Siempre habían sido muy ingenuas e inocentes. Mientras tanto el miembro de ese cerdo seguía irritando su sexo mientras la penetraba salvajemente. También la azotaba con la mano libre, enrojeciendo las nalgas, arrancando gemidos de dolor más potentes. No aguantaba más. Necesitaba pedirle que parase. Podía tomarla de otro modo, causando menos dolor. Estaba dispuesta a colaborar si conseguía dejar de clavarse el maldito jacuzzi. Aguantó. Pensó equivocadamente que eso buscaba su violador. Entonces le escuchó hablar.


-Tú serás la primera. Adiós


-¿Qu... qué?


Sin más, el hombre empujó la cabeza bajo el agua. Jaimie no tuvo la ocasión de tomar aire. No lo esperaba. De pronto se encontraba con medio cuerpo sumergido. Veía las burbujas escapar de la boca. Se dio cuenta, tarde, e intentó controlarse. Comenzó a patalear, a revolverse. Era inútil. Carecía de un buen punto de apoyo. Tenía las manos atadas a la espalda. A veces sentía el cuerpo de su agresor, su asesino, en la punta de los dedos, y se encontraba arañándole. De nada servía. En esa postura le era imposible liberarse. Todos los esfuerzos solo la llevaban a necesitar aire más rápido. Trató de aguantar la respiración. Aquel hombre no podía querer matarla, no a ella. Al final la naturaleza acabó imponiéndose. El cuerpo de Jaimie intentó respirar, pero no había aire, solo agua. La tragó por el conducto respiratorio. Intentó expulsarla, pero solo entraba más agua. Los pulmones le quemaban, estaba aterrada. Ni siquiera notaba ya la salvaje violación. Lo que sí empezó a sentir fueron espasmos incontrolables por toda su anatomía. De haber quedado algo de aire en ella, habría gritado con fuerza. Solo pudo abrir la boca sin expulsar una sola burbuja. Tal vez de no haber estado tan llena de dolor, de sufrimiento, se habría alegrado de no tener más orina para volver a mearse encima.


El hombre sonrió. Esta era la mejor parte. Los últimos y frenéticos estertores del cuerpo. En algún momento se convirtieron en las convulsiones de un cadáver. Le dio igual. Siguió follándosela después de muerta. Cuando acabó la contempló. Las piernas colgando mientras la mitad superior del cuerpo flotaba en el agua. El efecto de las pastillas aún duraba y se preguntó cómo debía ser el ano de una niña rica. Sin ninguna resistencia se pudo concentrar en agarrarla por las caderas y penetrarla lentamente. Aquello le supo a gloria.


-Ya no eres tan chulita, ¿eh puta? Esta mañana eras una niña rica que lo tenía todo. Ahora eres un trozo de carne para que yo me masturbe. Nada más que un culo y un coño.-




Lamentó que no estuviese viva para escucharlo. Volvió a agarrarla por el pelo, ahora mojado y alborotado. Levanto la cabeza, buscando que una de las cámaras grabase el rostro del cadáver, un rostro congelado para siempre en una mueca de dolor. Reflejaba el pánico y sufrimiento de sus últimos segundos. La mantuvo así durante un par de duras penetraciones más. El movimiento hacía que el pelo se agitase, salpicando de agua los alrededores. Levantó un poco más, permitiendo a la cámara captar también los deliciosos pechitos de su víctima mientras se sacudían reflejando cada embestida. Después simplemente soltó para dejarla caer de nuevo al agua




UNOS DÍAS DESPUÉS




Emma había aceptado ilusionada la petición de Rebecca. Desde que ascendió a detective no le habían asignado ningún trabajo serio. Sus compañeros decían que era la protegida del comisario. Su padre había sido el mejor detective del departamento durante años y tenían muchas esperanzas puestas en ella. Por eso parecían querer formarla poco a poco, que comprendiese los entresijos de una investigación antes de soltarla en la calle. Ella lo veía de otra forma. Le parecía que llevaba un par de meses siendo la secretaria del comisario, incluso de sus compañeros. Ponía en orden los informes, revisaba que fuesen correctos. Esa clase de cosas. Los demás estaban encantados con el trabajo que realizaba. Ya había unos pocos voluntarios para tenerla de compañera cuando finalmente la dejasen salir a patear las calles. Sería falso decir que se debía tan solo a sus excelentes calificaciones en el examen, o a la eficiencia que mostraba en cada pequeña tarea. La mitad de la comisaría daría un brazo por acostarse con ella. A la otra mitad no le atraían las mujeres. Era joven, con la altura justa para poder ser policía. Su padre bromeaba diciendo que, de haber ido sin tacones el día que la midieron, no la habrían dejado entrar en el cuerpo. De complexión delgada, con las curvas justas, desde luego no ganaría un concurso de camisas mojadas con unos pechos más bien pequeños, pero su anatomía tenía las curvas justas. Su figura era muy femenina, con clase. Su cabello, liso y largo hasta mitad de la espalda, era pelirrojo natural, aunque ella lo oscurecía solo un poco. Sus ojos, a pesar de no tener ninguna ascendencia asiática, eran más bien alargados, ligeramente más grandes de lo normal, de color azul claro, cercano al gris. Los labios, aunque poco carnosos, eran muy sensuales. Tenía algunas pecas en el rostro, normal dada su piel clara. De mirada y rostro pícaro. Pocos hombres podían pasar sin dedicarle alguna que otra mirada lasciva. A ella en parte le gustaba. Vestía de forma sexy pero formal. Aquel día llevaba una camisa blanca, sin mangas y unos pantalones negros lo bastante ceñidos para marcar bien el culo sin resultarle incómodos. Llevaba la placa en el cinturón, por delante, aunque desde que dejó de ser patrullera tenía pocas ocasiones de mostrarla. Para completar la indumentaria, llevaba unos zapatos marrón oscuro, con poco tacón, tanto como le permitían las normas.




Había recibido la llamada de Rebecca hacía pocas horas. Conocía a la detective, una de las mejores de la ciudad, desde la adolescencia, cuando su padre la invitaba a cenar junto al resto de la familia. Habían trabado cierta amistad, aunque por parte de Emma había sobretodo admiración. Por eso se había alegrado doblemente al escuchar la petición de ayuda. "No te metas en líos", le había advertido, pero Emma tenía la inconsciencia de la juventud.


De inmediato había comenzado a revisar los informes del comisario. Acostumbrada como estaba a leer tantos, encontró fallos importantes de inmediato. La hipótesis inicial había sido un robo que se complicó. El comisario la había dado por buena de inmediato. No era lo habitual en un hombre tan metódico. William O'Brian, Bill para los detectives, tenía fama de no dejar pasar un solo detalle a sus inspectores. Con ese caso, sobre todo teniendo en cuenta que la víctima era hija de un antiguo amigo de Bill. Tampoco era normal haberse asignado el caso a sí mismo, ni haber llegado tan rápido a la escena del crimen. Casi había ganado a la policía científica.


Todo aquello había levantado sospechas en Emma, y así se lo había transmitido a Rebecca quien coincidía con su opinión. Envió copias de los informes a la detective y después preguntó cuál era el siguiente paso. "Ninguno", había respondido Rebecca. "Lo has hecho bien, ahora llamaré a un amigo de asuntos internos".




Emma había dado a regañadientes su palabra de dejarlo. Sabía que su amiga no quería dejarla fuera de esto, solo quería evitarle problemas. Rebecca tenía fama de hacer el caso justo, generalmente poco, a las reglas. Estaba claro que prefería dejar a Emma al margen de la ira de sus superiores. Sí, Emma lo entendía, pero ya no podía dejarlo estar. Además, su turno ya terminaba. Sabía que esa periodista, Lauryn, era quien había empezado la investigación, y que lo había hecho desde el instituto forense. Pensó que los ojos de una policía tal vez vieran algo más. No podía dejarlo así. Su padre siempre le había inculcado acabar lo que empezaba.


Cogió su coche, una antigualla de segunda mano, y puso rumbo al forense. Su sonrisa picarona podía sacarle unas respuestas a cualquiera, confiaba en ello.


No se dio cuenta del coche negro que comenzó a seguirla en el mismo instante en que abandonó el parking de la comisaría. Ya no  era como antaño. Los informes se revisaban mediante el ordenador, y un informe podía estar marcado para enviar un aviso en cuanto alguien lo consultase. 


Emma llegó al instituto forense. Ya era bien pasada la media noche, así que no tuvo problemas para dejar el coche en el aparcamiento para el personal. Se quedó en el automóvil unos instantes. Estaba emocionada, nerviosa. Su primera investigación. Revisó que la placa siguiese en el cinturón. Cogió la pistola reglamentaria, la contempló. No le iba a hacer falta. Abrió la guantera del coche y la dejó allí. Cuando ordenó las ideas salió del coche y se internó en el instituto. Vio otro coche, este negro, aparcando unos metros por detrás. No le dio importancia. Tenía cosas más importantes en las que pensar.




Rebecca estaba sentada en la biblioteca. Vestía una chaqueta marrón y una camisa gris oscuro debajo. Pantalones vaqueros, zapatos marrones sin tacón. Daba igual, ni siquiera vestir profesionalmente ocultaba sus explosivos contornos, claro que ella no le daba importancia. Ojeaba la pantalla, hastiada, sosteniendo la cabeza en la mano izquierda. Buscaba crímenes similares en los últimos años. No es que no los encontrase, al contrario, es que detestaba leer tanta información. Luego era la clase de persona que usaba a la perfección cada dato, pero prefería métodos más rápidos para conseguirlos. Sin embargo debía ser cauta. Sabía perfectamente que no se investiga a un superior por los cauces habituales. Cuando quisiese darse cuenta ya tendría a tres o cuatro tenientes interrogándola. Eso si no había nada sucio, pero lo había. La conversación con Emma así se lo indicaba. Esperaba en haber disuadido a la muchacha de seguir investigando. Había mentido al decir que tenía amigos en asuntos internos, pero enviarles la información seguía siendo su mejor baza. Claro que para eso necesitaba recopilarla primero. Miró el reloj. Las dos de la madrugada. Por suerte se había acostumbrado a dormir poco.


-Maldita Lauryn, siempre me mete en líos.


Maldijo un poco para sí misma. En el fondo el instinto de su amiga era digno de admiración, pero a las dos de la madrugada, tras un día investigando otros asesinatos, se encontraba cansada. Sin embargo Rebecca nunca dejaba un caso sin resolver. Así se habían conocido ambas, investigando el mismo caso. Les había costado poco hacerse amigas, sobre todo al coincidir habitualmente en las mismas investigaciones. Después de todo a Rebecca siempre le asignaban casos importantes, y Lauryn siempre investigaba precisamente esos casos. El intercambio de información había ayudado en las carreras de ambas, pero sobretodo, había metido a muchos criminales entre rejas.




Brenda tenía acceso a la agenda de su padre. Le habían ofrecido unirse a la campaña, así que tenía tantos privilegios como quería. Ahora revisaba los últimos compromisos. Si habían matado a Kate para ir a por su padre, seguro que le habían amenazado antes. Encontró curiosos huecos en la agenda durante los últimos días. Espacios en blanco que no estaban previstos. No era suficiente ni para una periodista ni para la policía. A Brenda le bastaba para tener algo que preguntar. No iba a dejar a su padre solo ahora. Quizás si no hubiese rechazado ayudarle… quizás, podía haber hecho algo para evitar que fuesen a por Kate.




Lauryn había tardado un poco más de lo normal en abrir la puerta del despacho de Albert Lacroix. No el despacho de campaña, ni el de su bufete de abogados. Ni siquiera el de su enorme mansión. No, un lujoso ático en las afueras registrado con un nombre falso. Lacroix sabía ocultar bien sus pasos. Encontrar el sitio no había sido fácil. Un contacto le dijo que Albert, desde años atrás, venía a este Ático un par de veces por semana. Al principio pensaron que lo usaba como picadero. Era un hombre respetable, sí, felizmente casado, con dos hijas. Lauryn sabía bien que incluso quienes parecían más honestos podían tener un lado oscuro. Sin embargo jamás le habían visto con otras mujeres. La impresión, confirmada tras abrir la puerta, era que se llevaba trabajo al ático, apartado de las bulliciosas oficinas, lejos de casa. Imaginaba que debía ser un sitio donde concentrarse.


Había pocos muebles. Casi todos archivadores. Los registró cuidadosamente. Cuentas de gastos, información de casos del bufete. Era ilegal tenerlos fuera de la empresa, pero tampoco se salía de lo normal. En el resto del apartamento solo había un cuarto de baño con ducha, un armario con un par de mudas de ropa, y el escritorio. La periodista imaginó que debía ser allí, sentado en esa silla confortable, casi un sofá, frente al ordenador, donde más tiempo invirtiese.


Encendió el ordenador. Pedía clave. No encontró ninguna al azar. En las películas parecía sencillo, pero Lauryn sabía que jamás iba a acertar por casualidad. Acabo apagándolo. Caminó de un lado a otro entre decepcionada y abatida. Ese hombre estaba limpio, pero su instinto le gritaba lo contrario. Si su propia hija había visto algo raro, ¿qué más indicaciones necesitaba? Claro que Brenda solo había pensado en chantajes o amenazas. Lauryn tenía menos reparos al pensar en ajustes de cuentas, corrupción, y toda clase de escándalos. Por el momento nada de nada. No solo era una buena historia echándose a perder. Sobre todo era una atrocidad que quedaría sin castigo.




Caminando de un lado para otro, escuchando el eco de sus propios tacones sobre el piso, notó un ruido extraño. Una baldosa del suelo estaba algo más suelta. Se agachó para, con cierto esfuerzo, arrancarla de su sitio. Se encontró con una caja fuerte en el suelo. Por suerte no era como un ordenador. La caja fuerte era vieja, anticuada. Aunque le llevó un rato, consiguió abrirla.


-¡Qué gran genio perdió el mal cuando decidí dedicarme al periodismo!


Lauryn sonrió ante su propia broma. Siempre sentía un poco de euforia cuando las cosas comenzaban a ir bien.


Encontró un montón de DVD bien conservados en fundas sin etiquetar. Era toda una colección, al menos treinta o cuarenta. Cogió un par. Tal vez se tratase de escuchas, videos de vigilancia, pruebas para chantajear rivales. Dejó volar un poco la imaginación. Habían cientos de motivos para que alguien en cierta posición diese semejante escarmiento. En algunas mafias era muy normal arremeter contra la familia primero. Cogió un par de esos DVD y cerró para dejarlo todo casi como lo había encontrado. No hallaría nada más en el ático. Se dirigió a la salida cuando escuchó pasos al otro lado de la puerta. Eran casi las tres de la madrugada, no esperaba que viniese nadie. Se alejó en dirección contraria. Sin mucho para elegir, tratando de controlar el pánico, se escondió en el armario con las mudas de ropa. Escondió los DVD bajo la falda, se agachó allí dentro, y rezó para que no viniese a cambiarse.


Escuchó pasos. Tras abrir la puerta, se dirigieron directamente al ordenador. Escuchó la máquina encendiéndose y a alguien insertar un disco en el lector. No era de los de la caja fuerte. Tal vez una nueva adquisición. Costaba creer tanta dedicación al trabajo, incluso al trabajo ilícito, por parte de un hombre que acababa de perder a la menor de sus hijas.




Durante unos minutos Lauryn no escuchó nada más a parte de jadeos. Reuniendo valor, o estupidez según se decía a sí misma de vez en cuando, entreabrió un poco la puerta del armario. Lo justo para que uno de sus grandes y preciosos ojos pudiese ver a Albert Lacroix. No veía el monitor, solo a Albert. Tenía unos cascos puestos, así que Lauryn tampoco podía escuchar nada del disco. Sin embargo le disgustó lo que sí podía ver.


Albert miraba atentamente al monitor. Se había bajado los pantalones. Tenía un rollo de papel higiénico a su lado. Se masturbaba lentamente mientras no perdía detalle del monitor.


-¿Porno?


Lauryn no podía creerlo. ¿Qué clase de hombre se ponía a ver porno tras perder una hija? Una pregunta que tardaría en responder. No queriendo ver el espectáculo, volvió a cerrar la puerta despacio, sin hacer ruido. Tampoco creyó que hubiese podido llamar la atención del señor Lacroix en esos momentos, pero prefirió no arriesgar.


No le quedó más remedio que permanecer allí, encerrada en el armario, mientras Lacroix se masturbaba. Confió en que acabase rápido, pero tras correrse la primera vez, lo que notó por la intensidad de los jadeos y algún gruñido, esperó unos instantes antes de volver nuevamente a la faena.


-Perfecto. Encerrada con un pervertido. - Se dijo así misma, ahora más enfadada que asustada. - No es mi trabajo más glamuroso.




Review This Story || Author: sman2000
Previous Chapter Back to Content & Review of this story Next Chapter Display the whole story in new window (text only) Previous Story Back to List of Newest Stories Next Story Back to BDSM Library Home